Conformamos un grupo horizontal, tenemos hijos con orientación sexual diversa, todos enfrentamos los mismos retos, cada uno de nosotros aprende del otro, compartimos un tiempo y un espacio de reflexión.
No tenemos preferencia política ni religiosa, no hay coordinación sino una ronda de iguales abiertos a entender y entendernos. Es un grupo de pares donde la concurrencia es libre y la participación es voluntaria. Nos caracteriza el respeto y la comprensión mutuos, la disposición a escuchar, la emotividad compartida y el deseo de superación.
Todos estamos orgullosos de pertenecer al grupo. La gran mayoría ha encontrado en el mismo un instrumento de cambio, un marco de equilibrio para mejorar la convivencia, compartir experiencias difíciles de la esfera privada y poder hablar sin censuras de lo que nos está pasando.
Coincidimos en que hemos aprendido a no prejuzgar, a ver a la diversidad sexual con mayor perspectiva, que hemos conocido la diferencia entre opinar y dar consejos por un lado (donde nos ponemos en el lugar del que juzga) y escuchar o contar nuestra propia vivencia (donde accedemos desde otro lugar más permeable y compartido).
Los principales aprendizajes se concentran en algunos conceptos hegemónicos: destronar la culpa, no seguir buscando un origen, alejarnos del estigma de intentar descubrir en qué nos equivocamos como padres, ayudar a combatir la discriminación, tomar al tiempo como un aliado imprescindible y corroborar que ese tiempo es largo y de idas y vueltas.
El grupo está compuesto por familias muy diversas en todo sentido: social, ambiental, cultural, religioso y estructural. En todas ellas hubo factores en común: crisis inicial por la noticia, gran incertidumbre por el futuro, preocupación por la salida del closet social con los familiares y amigos y una fuerte vocación por la búsqueda permanente de felicidad de los hijos.
Nuestro grupo tiene la particularidad de ser inclusivo para los hijos gays, lesbianas o trans que quieran sumarse a las reuniones, no así a las comisiones o cargos formales. Esta integración cobra muchas adhesiones junto a algunas objeciones. Las primeras ligadas a escuchar a los hijos, ver la otra cara del tema, incorporar a los que están alejados de sus padres y a enriquecerse con la mirada de los protagonistas. La otra postura señala que la presencia de los hijos inhibe comentarios o sentimientos de choque para evitar lastimarlos con nuestras heridas. Sin embargo, hemos visto que los hijos que han concurrido al grupo comprenden que estas heridas son el resultado de prejuicios incorporados por la cultura imperante.
El foco que nos ilumina es el amor que sentimos por nuestros chicos, sabemos que debemos fortalecernos antes de hacernos más visibles, que el sostén mutuo nos ayuda a sobrellevar los altibajos propios de cualquier proceso movilizante y que ayudar a los nuevos miembros nos da una entidad y un norte más definidos como grupo.
En muchos casos sucede que en el transcurso de los encuentros los testimonios de los nuevos miembros o el uso de la palabra de ellos mismos nos llevan a revivir la propia crisis familiar. Esta repetición vivencial es uno de los caminos posibles de elaboración.
El tiempo es siempre personal, como en todo proceso, pero el recorrido es grupal y nos proporciona escucha, comprensión, acompañamiento y afecto. Nos permitimos un cambio de paradigma y al acercarnos a nuestros hijos desde este nuevo canal va mejorando el clima familiar y el desarrollo de todos y de cada uno. Aprender nos libera, nos permite crecer.+
Irma Fischer fundó este grupo en el año 1996. Es que no había entonces ningún grupo de este tipo donde acudir y hasta el día de hoy tampoco lo hay: somos el único grupo de padres y madres reunidos para abordar el tema de la diversidad sexual de nuestros hijos/hijas.
Por aquellos años se hablaba poco y se sabía menos sobre este tema, de modo que llegábamos atravesados por la desesperación, llorando y con un profundo sentimiento de culpa, sintiendo que en algo habíamos fallado como padres y que nuestra familia ya nunca sería lo que era. El enojo y la vergüenza ante esta situación no nos permitía comprender que nuestro hijo/a era el mismo/a, que simplemente, ahora veíamos un aspecto de él/ella que desconocíamos o negábamos.
Los encuentros, el intercambio de experiencias, las lecturas, nos permitieron descubrir un mundo nuevo: que la orientación sexual no tiene que ver con la estructura familiar, ni con la condición social, económica, política o religiosa. Que no es una elección. Y pudimos ver la inutilidad de buscar una causa: buscábamos los porqués porque creíamos que era algo malo.
De este modo comprendimos que lo que hace dolorosa esta cuestión es la ignorancia sobre el tema y el prejuicio instalado en la sociedad. Que nadie debiera sufrir por esto, que no es nada malo. Que el amor homosexual/bisexual es sobre todo AMOR y es tan bueno como el heterosexual. Y que la diversidad es enriquecedora en todos los aspectos de la vida, que no hay una sola forma de vivir u opinar y que todas son válidas.
Lleva tiempo, claro. Es necesario aprender a aceptar que nuestra/o hija/hijo es diferente a nuestras expectativas. Pero cuando se puede comprender todo esto, desaparece el enojo, la vergüenza y la culpa.
Pasaron por nuestro grupo un gran número de padres/madres. Algunos vinieron unas pocas reuniones, y después no volvieron, quizás porque resolvieron sus angustias o dudas. Otros porque esperaban obtener “alguna cura”, y cuando les explicamos que no hay cura, pues no es una enfermedad, ya no volvían. También hubo casos de padres y madres realmente “difíciles” a los que les resultó muy doloroso y les tomó más tiempo pero que finalmente lograron cambios en su enfoque que nos parecieron realmente milagrosos.
Muchos seguimos yendo a las reuniones, aunque ya ese tema no nos angustia ni preocupa, porque entendemos la importancia de acompañar a otros padres y de retribuir lo mucho que recibimos. Compartimos que “una buena familia”, no responde a un “modelo” estipulado: una buena familia es aquella en la que todos se ayudan entre sí, se respetan y se quieren como son.
También participan en nuestras reuniones jóvenes angustiados/as ante la incomprensión y rechazo de sus padres/madres. Su inclusión en el grupo es muy importante y esclarecedora: el escucharnos les permite entender la otra mirada y, a la vez, al escucharlos nos aclaran dudas y temores y cuando nos confían sus sentimientos podemos visualizar las vivencias y sentimientos de nuestros hijos/as. Todo esto ayuda a limar las asperezas en nuestras familias.
Han pasado muchos años desde la fundación del grupo y notamos con alegría que los/las jóvenes padres y madres que acuden al grupo tienen una actitud de mayor apertura frente al tema, ya no muestran la angustia que nos marcaba a nosotros, probablemente en parte por su visibilización ante los progresos conseguidos con la ley de matrimonio igualitario y la de género, que ha llevado a un mayor conocimiento en nuestra sociedad y a que los prejuicios hayan retrocedido en parte.
Y se advierte además que en la mayoría de los casos ha disminuido la edad en la que los chicos confían a sus padres su orientación sexual y que lo anuncian con más naturalidad.
Ahora las preocupaciones de los padres y madres tienen más que ver, por lo general, con temores a la discriminación, posibles agresiones, o rechazo en el medio en que se desenvuelven sus hijos. Igualmente siguen acudiendo padres a los que les resulta muy duro descubrir en sus hijos un aspecto que no esperaban.
También vemos que se está visibilizando paulatinamente la transexualidad. Se acercan padres y madres de chiques, muy jóvenes en algunos casos. En este camino de aprendizaje del grupo, hemos reincorporado a personas que pasaron hace tiempo por el mismo y que hicieron un largo camino de conocimiento y desarrollo, trayendo su gran experiencia para fortalecer el sostén que necesitamos como grupo.
Así es que seguimos creciendo y acompañando la diversidad sexual y la familia y sentimos que es importante continuar con esta tarea.